La falta de lealtad y el individualismo egoísta deterioran las relaciones humanas, y entonces se instala la desconfianza.
Confiamos en alguien cuando creemos conocer sus intenciones.
Desconfiamos de alguien cuando creemos desconocer sus intenciones o cuando sabemos
que las oculta.
En el primer caso, haga lo que haga y diga lo que diga, creemos saber que todo se corresponde con sus intenciones.
En el segundo caso, nada que haga o diga nos convence de que no oculta algo.
A simple vista nos damos cuenta que las intenciones de otros son completamente invisibles a nuestros ojos.
Lo más cerca que podemos estar de ellas es saber lo que otros dicen que son sus intenciones.
Pero, ¿cómo podemos saber si lo que dicen es cierto?
Y quedamos donde empezamos, sin saber a qué aferrarnos.
Manifestamos infinita paciencia y comprensión con las traiciones y abandonos de nuestros amigos.
En realidad no se trata de saber que alguien es confiable porque no podemos saber cuales son sus intenciones.
No podemos basar la confianza en el saber.
Pero la contrapartida de la posibilidad de traicionar es la posibilidad de cumplir y guiarnos por buenas intenciones, y muchas veces de manera gratuita.
Si se trata de una relación amorosa, el acuerdo sentimental implica la mutua entrega.
El enamorado dice: "todo lo tuyo es mío", "somos uno", "te entrego mi corazón".
Por eso, la infidelidad, el engaño, duele tanto, porque se ha faltado en lo más profundo.
Y volver a restablecer el vínculo de la confianza es difícil:
se rompio algo que se suele considerar fundamental.
El egoísta, el que sólo pide, el que recibe y nunca da, acaba con la relación.
Muchas veces los jóvenes desperdiciamos la confianza de alguien con la naturalidad
de quien le gasta la punta al lápiz.
Pero lamentablemente, no existe sacapuntas capaz de traerla a flote cuando la dejamos naufragar.
Jamás te perdonarás haber perdido el mar de posibilidades que te daba el merecer la confianza de alguien, el poder andar sin miedos, sin fantasmas a tu alrededor, el no tener que pedir explicaciones porque siempre estarán de más.
Todo es cuestión de confianza. Sin ella no podemos convivir.
Toda nuestra existencia gira en torno a la confianza/desconfianza en los otros, y también en nosotros mismos.
La duda, la inquietud, nos reprime, no nos deja actuar, dificulta que tomemos iniciativas, nos paraliza, sufrimos.
Consideramos amigos a aquellos en quienes podemos confiar;
sabemos que ellos están para las buenas y las malas.
Otra cosa son los conocidos o los compañeros; con esos nos reímos
y celebramos cuando la situación es buena para todos, pero cuando hay dificultades es fácil que cada uno vaya a lo suyo: el egoísmo suele asomar la cabeza.
[F]ede
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